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domingo, 16 de agosto de 2015

La vuelta inesperada


Ilya Repin, El visitante inesperado, 1884-1888, óleo sobre tela, 167,5 x 160,5 cm, Galería Tretyakov, Moscú


Cuesta encontrar una pintura en occidente que iguale la cantidad y diversidad de emociones que se reflejan en esta obra. Las miradas de siete personajes convergen en una sala de una casa rusa de fines del Siglo XIX. Sabemos que el hombre que avanza en la sala es un exiliado político que regresa al hogar. Su ropa roída, sus botas descosidas, su cara mal afeitada, indican que vuelve casi como un mendigo. Atrás, dos criadas que lo han hecho pasar no quieren perdese detalle del reencuentro. 

  

Apenas vemos el rostro de la criada del fondo; sus ojos, sin embargo, sugieren pena. La mirada de la mujer de delantal blanco, la mano todavía aferrada a la manija de la puerta, es más compleja: vemos estupor y reproche. Junto al piano, al fondo, una mujer joven (su esposa), no puede creerlo; su sorpresa es enorme y está a punto de ponerse de pie de un salto. Los chicos (sus hijos), al costado, muestran reacciones distintas. El varón parece a punto de gritar "¡Papá!". La nena, por el contrario, se muestra reacia, casi temerosa, como si no pudiera creer que el mendigo que avanza forme parte de su familia. 


El único cruce de miradas de toda la escena ocurre entre el exiliado y su madre. El gesto del hombre parece decir: "Sí, soy yo". Por el contrario, no alcanzamos a apreciar el rostro de la madre. Su brazo izquierdo está apenas levantado; no sabemos si busca apoyarlo en el sillón o levantarlo para abrazar al hijo. En un segundo más la escena se resolverá de un modo u otro; todo parece depender de la actitud de la madre. La imagen parece el final abierto de una obra de teatro.



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